jueves, 19 de julio de 2012

Los hombres grises y el capitalismo


Dice Santiago Alba Rico que nuestra sociedad se basa en la presunción de que todo aquello que se ha usado es repugnante. Así, la ropa un poco gastada se cambia en seguida, los Smartphones duran apenas dos meses hasta que llega un nuevo modelo, algunos se apuran también, incluso, al cambio de pareja con asiduidad, por eso de la ilusión del nuevo enamoramiento, etcétera. Nos hemos olvidado del valor de la ropa heredada de primos y hermanos, del coche de papá, de las emociones que no se consumen, se viven. Tradición-novedad versus negación de la historia.

Habla también Alba Rico, en su libro "Las reglas del caos. Apuntes para una antropología de mercado" acerca de la desconfianza hacia la producción individual. En esa histeria de lo limpio en que nos movemos (lo aséptico, en ocasiones, llega hasta el alma incluso) observa las decenas de productos que velan con su química y parabenes la desinfección de nuestras pieles, que luego deberán cubrirse de cremas desinfectadas para paliar los efectos deshidratantes e irritantes (cuando menos) de esos químicos y parabenes, y los equipara a las decenas de conservantes y estabilizantes y "E-no sé cuantos" que nos obligan a introducir en la producción seriada para no infectarnos con productos en mal estado. Productos que por supuesto no nos causarán gastroenteritis ni salmonerosis ni infecciones gástricas, en caso de que sin tales añadidos lo hicieran, pero de seguro que, a la vuelta de una decena de años, provocarán cáncer o cualquier otra enfermedad nueva que inventemos con tanto miedo. Tradición-novedad versus histeria colectiva.

Queremos productos que duren mucho para consumirlos muy pronto, por otro lado. Hago mermeladas y las conservo en frío o al vacío, aunque, la mayoría de las veces, observo, las consumo antes de que puedan necesitar ese tratamiento ante el paso del tiempo. ¿Cuántos productos con conservantes para que duren meses consumimos en tres días? y -para quien, como yo, haya hecho la prueba- ¿duran más o menos los productos manufacturados que los seriados?. De todos modos, la sal, el azúcar, el aceite, el frío, el sol, han sido conservantes naturales perfectos durante siglos, para quienes quieran almacenar. Entonces, si compramos productos de menor calidad, con más productos químicos, que duran menos y que nos enferman más, ¿cuál es la razón de que se insista en este modo de producción?. Tradición-novedad versus acopio de tiempo.

Si tardo poco en producir mucho, mi producto es aceptado por el mercado. Pero si me divierto fabricando un producto en el que sólo intervienen mi corazón y mis manos, ese producto no es apto para el consumo. En la última asamblea de la Cooperativa Integral de Cabo de Gata estuvimos debatiendo acerca de la pureza de un queso artesanal que elaboraban dos compañeras con leche de cabra de un cabrero que conocían. La única razón de la desconfianza en el producto era que no podíamos asegurar la procedencia ecológica del pienso que el pastor daba a las cabras. Entonces me paré a pensar en eso de la producción individual y entendí que las relaciones de compra-venta, antiguamente, se basaban en la confianza, es decir, en que conocías bien a quien te daba el producto y por tanto tenías la certeza de que no iba a engañarte. Ahora, ante la globalización y lo lejano del mercader y del mercadeo, desconfiamos. Y, ante la desconfianza, nos comemos decenas de conservantes, estabilizantes, desinfectantes y "E-no sé cuántos".


"Una desconfianza irreprimible hacia la producción individual crispa a la cultura occidental," - dice Alba Rico- "extendiéndose más allá de la esfera del trabajo e integrando también el gozo, el discurso, el tiempo, en las condiciones sociales de la producción: se tolera con indulgencia al `bricoleur´ no porque elabore objetos útiles, aun de modesta jurisdicción, sino porque pierde mucho tiempo elaborándolos, ese tiempo excedentario del dominguero, del jubilado, del parado, del convalesciente." Posiblemente venga de aquí esa aversión a las vacaciones del maestro, no sé si por la necesidad de perder de vista a los hijos porque molestan o por la certidumbre de que el maestro en sus vacaciones pierde el tiempo. Sea como sea, seremos más grises con los recortes, trabajaremos más, produciremos lo mismo y veremos menos a nuestros hijos. Nuestros hijos tendrán menos tiempo de leer a Momo.  

Momo es un personaje de Michael Ende. Michael Ende es un escritor que publicaba libros para niños de los que los adultos podrían aprender mucho. Momo era una niña que se paró a observar cómo los hombres grises robaban el tiempo a la gente que le rodeaba. Pasear, charlar, jugar, tener una conversación, dormir, curarse de una enfermedad...eran acciones que los hombres grises castigaban con una gran deuda en el banco del tiempo. Todos los ciudadanos debían guardar su tiempo en los bancos. Hoy ocurre lo mismo, solo que convertimos el tiempo en dinero que guardar en un banco. Cada vez más horas de trabajo para producir cada vez más rápido productos con cada vez más químicos, que se estroperán cada vez antes y se consumirán cada vez más rápido, para venderlos cada vez más lejos, nos harán cada vez menos libres, cada vez más enfermos. Y, como no tenemos derecho a estar enfermos, seremos cada vez más parados.

Tenemos tanta aversión al tiempo que exigimos a los trabajadores que empleen toda su vida en el trabajo, exigimos a nuestros hijos que empleen todo su tiempo en estudiar y formarse, la vida se ha convertido en una cadena perpetua de trabajos y estudios que se acumulan y consumen deprisa porque tenemos miedo al tiempo. Pero la falta de salud no viene de los productos sin parabenes, ni de los alimentos sin conservantes, sino de la vida aséptica que hemos aprendido, que nos han impuesto y de la que ya no sabemos salir. Nos han enseñado que todo nuestro tiempo es para producir. Y pararse a tener vida, a amar a la pareja, a compartir con el amigo, a disfrutar de los juegos de los hijos, a escuchar con calma y cuidado a los ancianos, es sólo algo accesorio que se permite a quienes producen con urgencia y diligencia, sólo a quienes han llegado a un nivel de perfección determinado. ¿Es eso cierto?. 

Ese nivel de perfección que nos enseñan en la pequeña-gran pantalla cada día, es el de los adinerados que consumen, pasean, viajan, y disfrutan de su ocio con su familia. Sólo ellos disponen de tiempo, porque sólo ellos disponen de dinero. Creemos que teniendo mucho dinero conseguiremos mucho tiempo, y para disponer de mucho dinero, producimos mucho, descuidamos la vida, para guardar nuestro tiempo en el banco de los hombres grises. Reivindicamos el "Estado del bienestar". Sin acordarnos de que todo esto es mentira. Todo esto es y ha sido siempre mentira. Y estamos enfermos. 


Escuchar a Momo, leer a Michael Ende, para muchos, es una pérdida de tiempo. Hoy sólo es consumible determinado círculo de "buena literatura", etiquetada con certificado de calidad como los productos seriados, con el mismo vacío y los mismos efectos dañinos para la salud que los parabenes o los conservantes. La literatura es una colección de formas estéticas que gustan a una determinada élite y cuyo éxito se articula en torno a un nombre y a determinadas relaciones sociales. La sociedad capitalista en la que vivimos va tan deprisa que ya nadie tiene tiempo de pararse a leer. Pero todo el mundo habla de lo que no ha leído. La sociedad frenética en la que vivimos no tiene tiempo para pensar. Ni para compartir lo que se lee y se piensa. Como mucho vuelan enlaces mirados superficialmente en las redes sociales. Porque la producción frenética de información se torna desinformación, y tampoco tenemos tiempo para leerlo todo. Tradición-novedad versus aislamiento neurótico.

"Se califican como refractarias a la "verdad" -dice Alba Rico- "todas las manifestaciones espontáneas de la cultura popular que no se someten a los soportes materiales definidos en el forcejeo de las relaciones de poder, todas las palabras que no son libro, todos los colores que no son cuadro, todas las violencias que no son policía; y naturalmente se descarta cualquier iniciativa de intervención política en la realidad, salvo la eucaristía del voto, pues un orden social que permite la intervención de los ciudadanos es un orden "inestable", al igual que un juguete mecánico que exige la participación del niño es un juguete "barato"."

Hace un año que ya no soy gris, porque valoro mi tiempo. Esta mañana me he parado a revelar a mano ocho carretes de fotografías. He tardado dos horas. Mis dedos huelen a azufre. Luego he hecho mermelada y me he lavado con jabón natural. No compro ropa, ni accesorios, ni música, ni películas, ni libros: los comparto, me los comparten, tienen más valor para mi cuando son usados, porque tienen historia. No consumo: me alimento. No tengo Smartphone, ni Facebook. Amo, comparto, vivo. Paseo, observo, siento. Atesoro palabras que no son libro. Esbozo acuarelas que no son cuadros. No voto. Participo en iniciativas de intervención política populares. Leo a Momo. Soy feliz.

También publicado en Fandango-Revolución: https://sites.google.com/site/fandangorevolucion/otras-colaboradoras/amanda-miler

1 comentario:

  1. Lectura absolutamente recomendable con la que estoy en total acuerdo y que urga profundamente en el caparazón de una sociedad sin ética, sin valores y, lo que es peor, sin rumbo aparent; donde todo vale y donde el más cuerdo es ahora el tonto o el loco del pueblo. Así nos va, al fin y al cabo cada uno tiene lo que se merece conforme a lo que se arriesga. Mi consejo, decide en que bando quieres estar, porque se ha desatado una guerra interna y personal dentro de cada uno de nosotros y, como decía el gran jefe indio a sus nietos, ganará el lobo que más alimentes. Gracias Elena.

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