lunes, 26 de noviembre de 2012

Proceso de reconstrucción



(17 de julio de 2009, Skradin, Croacia)

El proceso de reconstrucción de las células es delicado y requiere su tiempo...es lo que pienso mientras observo los restos de la herida que sangraba a borbotones minutos antes de salir de viaje. Hoy es una costra seca que se va desprendiendo dando lugar a que respire la piel nueva que hay debajo. 

Ocurre lo mismo, pienso, con este pequeño pueblo costero. Lejos de ser una de las ciudades fortificadas en el Star System de los noticieros de Prime Time del 91 al 93, Skradin se pierde hoy ante la prominencia espectacular de las cataratas de Krka, sabia nueva que acoge la avalancha turística una vez convertida en Parque Nacional y declarada de interés por la UNESCO. Siempre me pareció impresionante la labor de las plaquetas.  

Krka fue una empresa de la floreciente industria del país antes de que, gracias a la belleza de sus costas, acabara por ser eclipsada por los pingues beneficios del turismo. Como todas las costas europeas, o en mi misma ciudad de origen, un pasado floreciente como ciudades-paso de culturas que dejaban su grano de vida, de historia, para enriquecer el entorno, fundamentando industrias y riquezas, hoy la costa croata es un nido de colonias extraterritoriales que, lejos de relacionarse, crean guetos, lejos de enriquecer, devastan, de manera que la globalización acaba homogeneizando los paisajes hasta que parece que todo podría ser parte de un mismo todo, donde se repiten los mismos rostros, los mismos gestos, el mismo sonsonete de moneda, la misma avidez de consumo. 

Mientras, la industria doblegada al turismo muestra sus vestigios, vendidos como patrimonio cultural: un paraje privado que se nacionaliza para popularizarse, rentabilizarse, explotarse...dejando de esa manera de ser "inédito", peculiar, exclusivo. 

Pensaba en lo actual que se vuelve toda esta vorágine de los hipermercados de aventura que convierten lo natural en comida basura cuando, sentada en la parada de un autobús que tardaría dos horas en llegar a su destino, me di cuenta de las huellas de balas de mortero que había en la puerta del garaje de una casa, impecable, cualquiera. Tras observar las fachadas pintadas de colores, me aventuré a inspeccionar las profundidades. Croacia vive una reconstrucción paulatina que, a simple vista, parece no evidenciar sus cicatrices. Sin embargo, si te fijas en las fachadas, los edificios recién pintados se alternan con las fachadas agujereadas. En las ciudades se restauran las casas, los pueblos aún cuentan con desolados solares que han sido quemados, agujereados, masacrados...Duele más lo que se intuye que se destruyó dentro que la impresión de la bala rozando la cal o el cemento, atravesando puertas y ventanas, dejando huella en la memoria, no tan lejana. 

Aunque lo cierto es que mientras saltan y gritan al introducirse en el agua cristalina de los parajes naturales, que siempre han existido y existirán, que no sufren ese lastre porque allí no es tan evidente la huella, ningún turista europeo parece darse cuenta de cuántos agujeros hicieron falta para poder vender ahora esta nueva piel de Croacia reconstruida. Siempre me pareció impresionante la labor de las plaquetas. 





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