jueves, 24 de octubre de 2013

Tres días de huelga de estudiantes



He pasado estos tres días con una sensación angustiosa. Es la primera vez en 13 años de docencia que entro y salgo de mi centro docente sin haber visto a un solo alumno en tres días. Podría ser alentador, sin embargo mi sensación es de angustia.

Y me he dedicado a observar esa angustia y a preguntarme por qué la sentía.

Me angustiaba ver que estábamos todos, los profesores, cada uno en su habitáculo individual, en un edificio completamente vacío, o en sus casas, encerrados sin parar de trabajar. Sin parar de firmar, de cumplir requisitos burocráticos.

Me angustiaba más al ver, a través de internet, a mis alumnos, en sus casas, sin parar de trabajar (sin parar de consumir ocio y trabajo). Sin parar de cumplir requisitos académicos. Cumplir requisitos académicos no significa aprender. Ni tampoco significa crear. Igual que, para nosotros, cumplir requisitos burocráticos no es enseñar.

Mis alumnos (algunos), en sus casas, no hacían más que preguntarme ¿cuándo te entregamos tal o cual trabajo?. Pero estar encerrado en casa durante tres días de lucha, sin participar, sin debatir, sin compartir, no es crear. Ni tampoco es aprender.


Me angustiaba ver separarados a dos colectivos en lucha cuando a todos, alumnado y profesorado, nos afecta lo mismo. Me angustiaba tener que callar para no alentarles a la huelga, porque podría ser una falta o estar prohibido (en esta sociedad de la imagen en la que vivimos lo prohibido y lo mal visto acaban siendo lo mismo).

Me angustiaba tener que instarles a cumplimentar requisitos burocráticos a través de los cuales piden permiso para ejercer su derecho a la Huelga. Me angustiaba verles más interesados en la falta de asistencia que pudiera ponerles que en todas las carencias de material, formación y ética que nos obligan a hacerles aguantar cada día.

El separatismo con respecto al alumnado me parece paternalista. Y una buena estrategia por parte de Gobierno y Sindicatos, por supuesto. "Divide y vencerás". El paternalismo me parece cercano al fascismo. Porque da a entender que soy yo quien tiene la razón y no el otro. Y que soy yo quien debe enseñar y que ya lo sé todo. No permite la duda, que, como nos enseñaría Sócrates, es la base del aprendizaje. El arte se comparte, no se impone.  Y opino que es muy poco creativo no compartir. Y que las movilizaciones deben surgir de la autogestión de los afectados. De la unión de los afectados. Para reflexionar en común.

En definitiva, mi angustia se debe a la reflexión en soledad. Y esa reflexión me hace darme cuenta de que hemos utilizado estos tres días de lucha: Para estar separados. Para trabajar a marchas forzadas, más que el resto de los días. Para recuperar el tiempo que no tenemos.

He pasado estos tres días pensando que mi trabajo consiste en enseñar. Pero no había nadie a quien enseñar, y, lo que es más duro, no había nadie con quien aprender. Porque, al ritmo que avanza la burocratización de la enseñanza, me doy cuenta de que los centros docentes pierden valor como lugar de encuentro e intercambio de inquietudes, conocimientos e ilusiones. Aunque ganan en valor productivo.

Pienso que un centro docente no es un centro de producción. Por lo tanto ahora me pregunto ¿en qué consiste mi trabajo?.

Profesores y alumnos, estamos todos inmersos en un rol frenético de obediencia ciega e ilógica a nuevas normas burocráticas que llueven cada curso (da igual de dónde) para cambiar lo que ya hacemos bien. Con el agravante de que cada año quieren enseñarnos a hacer las cosas porque parece que no supiéramos. Creo que debemos plantearnos si es democrático tener que acatar normas burocráticas que no decidimos entre todos, para el bienestar y beneficio común, como Comunidad Educativa que somos.

Creo que no es necesario cambiar algo que ya funciona bien si no lo decidimos entre todos. No se nos permite decidir entre todos. ¿Realmente no se nos permite o no nos atrevemos? En ocasiones ni nos paramos a documentar cuál es la orden o directiva que exhorta a acatar algo, y tomamos las decisiones particulares por normas globales; sin embargo es muy diferente una orden de una orientación o sugerencia. 


Opino que todo el tiempo extra que invertimos en burocratizar supone restarlo del tiempo de enseñar. Y si mi trabajo consiste en enseñar y paso más tiempo dedicada a cumplimentar orientaciones burocráticas que parten de decisiones particulares, me pregunto ¿en qué consiste mi trabajo?.

No hace mucho reflexionaba hacia un compañero sobre el cambio de línea docente que supuso ya en la Bauhaus la sustitución del expresionista Johannes Itten por el constructivista Moholy Nagy, respondiendo a los intereses políticos de la República de Weimar. Quizá el giro que está dando la enseñanza artística, "ahora orientada hacia la producción masiva, lejos de la expresión artística individual", tal y como le ocurrió a la Bauhaus, no es más que un reflejo de la política y la sociedad en la que nos movemos. Es por eso que sigo preguntándome ¿en qué consiste mi trabajo? y, a veces, incluso, ¿en qué consiste mi vida?.

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