miércoles, 9 de mayo de 2012

El verbo elegir



Es mentira. No tenemos que elegir, no tenemos siquiera que preguntarnos qué ocurrirá a cada paso que vamos dando por la vida. La sociedad nos vende utopías de acción rápida, nos han convencido de que tenemos que estar seguros de todo, que nuestros pasos han de ser firmes, que la eficacia y el trabajo bien realizado son los que nos hacen ser personas cada día, que no podemos fallar, no podemos salirnos de ese guión, que no podemos ser humanos.  

Nos vienen enseñando desde pequeños a cumplir espectativas, a trazar caminos rectos y decididos, a solucionar rápido los problemas, a contestar correctamente a las preguntas. Todos hemos sido alumnos modelo, hijos modelo, amantes modelo. No nos dejaban distraernos por el camino cuando caminábamos de la mano de nuestros padres cuando éramos niños; no nos dejaban distraernos por el camino cuando abordábamos la inmensa cantidad de aprendizajes que supone la incorporación al trabajo intelectual cuando éramos estudiantes; está muy claro el camino que hay que seguir si se quiere tener éxito en el ámbito laboral, cualquier distracción del camino, de las pautas marcadas, supone un suicidio profesional. En el mercado de lo social y políticamente correcto nos han comprado el alma bajo el sueldo de la globalización. Y así discurren nuestras vidas encajadas en el molde de los sueños de otros, mientras anudamos fuerte los nuestros para que no escapen, porque si vuelan alto es probable que se despierte la tentación de perseguirlos lejos, abandonando todo, vayan donde vayan. 

Hay almas pequeñas que no se plantean nunca la existencia de una vida más alla de lo que las pautas sociales van dictando en sus diferentes modelos, dentro de los estereotipos en los que nos encasillan, sin que tengamos la capacidad de la elección aún, en el momento en el que empezamos a ser personas, incluso antes de que dejemos de mirar con ojos inocentes y descubrir con ilusión cada paso que supone emprender este camino llamado vida. Pero también hay almas que siguen mirando al mundo con ojos de recién nacido. 

Llegará un momento en el que nos dirán que "debemos abandonar el mundo de Nunca Jamás", llegará un momento en el que nuestra responsabilidad hacia la autoridad que suponen los demás (nunca hacia nosotros mismos) nos hará imponernos esa acción tan democrática que es la elección. Y entonces puede que ocurran dos cosas: que nos amoldemos como parásitos a la piel del entramado sociocultural de un mundo que no hemos elegido, o que decidamos estallar prendiendo fuego a todos los condicionamientos preconcebidos que nos atan al suelo y empecemos a definir cómo queremos que sea nuestro mundo. 

Pero es mentira, no tenemos que elegir, no es nuestra responsabilidad. No tenemos que plantearnos siquiera a qué o a quién debemos el maravilloso placer de discurrir libremente por la vida. Antes de que los dioses nos limitaran por envidia siempre fuimos seres globales que no conocían el verbo elegir. Todo lo demás es un invento moralista de proteccionismo social con escenario de pecado original.   

(Abril de 2006)

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